Educar para aprender a cuidar la vida

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  • Categoría: Cooperación internacional
  • Fecha: 15 de Febrero de 2022

"Los árboles están hablando entre ellos. Nunca han dejado de hacerlo"

Robin Wall Kimmerer

Es el primer día en el que entramos en las aulas de nuestros colegios e institutos de Madrid en este curso. Estamos nerviosas. Hemos descubierto que, si queremos despertar el interés en el alumnado sobre la crisis climática, hemos de conseguir que conecten de alguna manera con la naturaleza, que puedan reconocerla como el hogar común de todas las especies, que nos regala oxígeno, nutrientes y medicinas, que nos da sombra y cobijo, que configura nuestro camino e identidad, que, en definitiva, nos permite la vida.

Sabemos que esta reconexión con la naturaleza, esta vuelta al origen tan necesaria, no es nada sencilla en sociedades en las que hemos crecido y aprendido a vivir con el relato del patriarcado capitalista; un relato que se establece sobre unas nociones de ciencia y desarrollo que se presentan como neutras y universales y que se asientan sobre la explotación de la naturaleza, de las mujeres y de los pueblos no occidentales.

Nos han enseñado a separar conocimiento de responsabilidad y cuidado de la vida. Nos han enseñado que la cosmovisión científica elaborada por expertos en centros de investigación es más valiosa que la cosmovisión y los conocimientos originarios atesorados durante milenios por las mujeres indígenas y del mundo rural. Nos han enseñado que el camino es dominar, controlar e intervenir sobre la naturaleza, en lugar de formar parte de ella y cooperar con sus ciclos y ritmos vitales. El relato de la economía de mercado nos ha hecho considerar a la tierra como una propiedad, como una mercancía, en lugar de entenderla como un don que recibimos y hemos de cuidar.

Así que el primer paso que queremos dar en el aula es probar a desvelar este engaño, al menos, darnos la oportunidad de conocer que hay otras cosmovisiones posibles desde las que entender y relacionarse con la naturaleza y de paso, entender quiénes somos y nuestro papel en el mundo. Nos parece importante que aprendan cuales son las causas y consecuencias del cambio climático, conocer datos y referencias sobre la manera en la que estamos destruyendo el mundo. Pero sería un error quedarnos ahí cuando el verdadero reto es precisamente aprender el cómo hacemos para preservarlo.

 

Estamos convencidas de que ser buenas maestras significa enseñar a nuestro alumnado a cuidar el mundo y que eso pasa no solo por aprender cómo no perjudicar a la naturaleza, sino por involucrarse para restaurar la relación perdida entre la gente y la tierra. Si queremos promover una ciudadanía global comprometida y activa por un mundo más justo, equitativo y sostenible, hemos de enseñarles a participar en la reciprocidad, a devolverle al mundo los dones que nos ha dado. Si logramos establecer una relación con la naturaleza estamos seguras que esta relación se convertirá en esa semilla del cambio con la que soñamos.

A este primer día que entramos de nuevo en el aula, no solo venimos nerviosas, también esperanzadas. Traemos con nosotras los recuerdos del curso pasado en el que nuestro alumnado dio pequeños pasos para reconectar con la esencia del mundo y de lo que somos: se detuvo a observar su entorno, la ciudad, sus aceras, sus paredes, sus esquinas, sus árboles, su aire color ceniza y sus escombros. Y realizó fotografías para recoger las violencias contra la naturaleza y las personas que observaba en esos lugares y que le dolían. Aprendió lo que significa la deuda de cuidados calculando su propia deuda en el cotidiano y reconociendo nuestra interdependencia y el valor de aquellas mujeres que nos cuidan. Llevó a clase su camiseta comprada a un muy buen precio, y, calculadora en mano, descubrió que el verdadero precio eran los kilos de CO2 y litros de agua invertidos para su confección, así como la explotación de mujeres y niñas cosiendo a destajo en fábricas de países del sur. Se manchó las manos de tierra y sustrato para construir bombas de semilla que arrojó en sus barrios con objeto de explotar de nueva vida los rincones que habitamos.   

Es maravilloso crecer escuchando los deseos, miedos y necesidades de la gente joven. Nos sentimos afortunadas por ello, y seguimos, con los aprendizajes de cada proyecto, caminando hacia la búsqueda de nuevas alternativas desde las que cambiar el relato. Porque estamos a tiempo de cambiar el relato. La naturaleza está esperando para contarnos su historia. Ahora nos toca aprender a escuchar.

**este texto surge de las vivencias compartidas con tres centros educativos de Madrid en el marco del proyecto: Cambio climático e igualdad de género. Hacia la construcción de centros educativos transformadores comprometidos con los ODS financiado por Ayuntamiento de Madrid y de las reflexiones que me ha generado la lectura de dos libros imprescindibles: Robin Wall Kimmerer (2021): Una trenza de hierba sagrada. Editorial Capitán Swing y Silvia López (2020): El ecofeminismo en Vandana Shiva. Colección Las Imprescindibles, editorial Dos Bigotes, A.C.

María Monjas Carro

Coordinadora de la Delegación InteRed Madrid